Si de algo estamos seguros, es de que el Gobierno español no pasa por
sus mejores días. Inmerso hasta las cejas en un pantano de corrupción e
incapaz de resolver, por un lado, la remodelación planteada por el
soberanismo y, por el otro, los acuciantes problemas económicos que
ahogan a sectores cada vez más amplios de la población súbdita, teme que
su falta de credibilidad y su impotencia terminen en una crisis de
Estado que, ante una reacción popular que no se limitara a votar, podría
tener consecuencias perjudiciales.
El Estado se está endureciendo. Como prueba, el intento de Interior
de crear un fichero de personas arbitrariamente calificadas de
“sospechosas” y la sanción a una Ley de Seguridad Ciudadana que da manos
libres a la policía para reprimir cualquier movimiento de protesta
callejera. Frente a quienes se proponen reformarlo constitucionalmente, o
incluso “democratizarlo” para salvarlo, hay un sector político que
pretende acorazarlo con toda clase de medidas represivas. Tras él se
esconden la mayoría de poderes fácticos con mucho que perder en la
crisis. Les ha entrado pánico y por eso el Estado se dispone a dar un
golpe de timón; con este objetivo está preparando el terreno. Los medios
de comunicación fueron los primeros que se entregaron a la tarea, mucho
antes que la policía y los jueces. Hace tiempo que circulan noticias
fantásticas sobre misteriosos viajeros internacionales, mensajeros de la
anarquía, así como otras del mismo cariz alarmista tendentes a
criminalizar el único medio opaco al Poder que existe (escandaloso de
por sí): las casas okupas, los ateneos libertarios y los centros
autogestionados.
El mensaje es claro: o nosotros o el caos. Los estrategas del Poder
no creen que los libertarios y okupas sean sus enemigos más temibles,
aunque tengan en mente el ejemplo de Can Vies. Bien al contrario, para
ellos son un eslabón lo suficientemente débil como para servir de chivo
expiatorio, una especie de aviso para navegantes. El burdo montaje del
juez de la Audiencia Nacional, Bermúdez, no es una simple maniobra
intimidatoria contra ellos y los posibles conflictos que puedan
suscitarse en la defensa del Banc Expropiat
de Gracia, amenazado de desalojo inminente. No hace falta leer entre
líneas. Las detenciones de una docena de jóvenes, casi todos en
Barcelona, la vieja Rosa de Foc, so pretexto de cuatro petardos caseros
que estallaron hace dos años en sendos cajeros automáticos, actos
calificados ridículamente de “terrorismo”, o el despliegue de más de
cuatrocientos “mossos” en torno a la Kasa de la Muntanya, son hechos tan
incongruentes y desproporcionados que no pueden disimular una intención
infame. Ya hubo otros similares no hace mucho.
Quienes manejan los hilos de tan evidentes tramas son unos
perturbados inútiles o simplemente tratan de advertir a otros –a la
oposición legal– de que se dejen de monsergas, aplaudan la Ley Mordaza y
hagan frente común con el Sistema. Puede que las dos cosas a la vez. La
provocación a los anarquistas, buena gente que no se deja amedrentar
por nada, es el primer paso de una estrategia de la tensión que apunta
más lejos. El Poder trata de alentar algaradas para meter miedo a la
ciudadanía televidente. El Estado flojea, teme por su estabilidad, está
al borde del ataque de nervios y por eso confía en que unos cuantos
disturbios menores forjen la unidad del partido del orden. De cundir el
ejemplo de las numerosas movilizaciones de ayer en toda la península y,
sobre todo, de la enorme manifestación en Barcelona, dudamos que lo
consiga.
¡Libertad a los detenidos!
Revista Argelaga, 17 de diciembre de 2014.
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